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Tiempo para pensar






El mundo actual está en constante movimiento, el frenesí del día a día [me encanta la palabra frenesí] es una locura. Cuando mis padres tenían mi edad aún no había teléfonos celulares prácticos ni al alcance de la mayoría. De niño recuerdo a mi padre con un beeper (pagers para los americanos), un aparato de una tercera parte del tamaño de un smart phone actual, aunque algo mas gordito, con una pantalla donde se exhibían los msjs o números de teléfono de quienes te estaban buscando.


Los primeros beepers eran aparatos que sólo te avisaban con un sonido o alerta para que supieras que tenías un mensaje y una vez que llamabas a una centralita donde te contestaba una operadora, entonces te enterabas del mensaje, el cual te transmitía esa operadora directamente. La siguiente generación de beepers ya no necesitaba de operadoras y en la propia pantalla del beeper exhibían el mensaje.


El beeper fue el primer aparato que cambió la forma de comunicarnos porque nos hizo mas asequibles para los demás. Antes del beeper era muy difícil localizar a una persona si no estaba en la casa, oficina o el sitio donde fuera que se le solía llamar. Una vez que apareció el beeper la vida cambió, porque aunque aún era posible fingir no haber escuchado el mensaje, la conexión entre las personas estaba a sólo una llamada de distancia no importando que una de las partes no estuviera pegada a una línea fija.


El celular revolucionó aún más las comunicaciones y la disponibilidad de las personas porque ya no era un medio de comunicación de una vía como el beeper [un medio con el que sólo podías dejar mensajes y esperar a que la otra parte se reporte], sino que era un medio de dos vías, uno en el que sin necesidad de mensajes o intermediación podías llamar directo a tu contraparte, quien no importando donde estuviera estaría al alcance tal como si fuera un teléfono fijo.

Hubo muchas mejoras tecnológicas como el "caller id", la calidad del audio, la capacidad de la red, la cobertura en las ciudades y puntos remotos, el tamaño de los teléfonos, el envío de mensajes [sms] y la inclusión de emails y servicios de mensajería instantánea como ICQ [para los mas jóvenes, este fue el precursor de WhatsApp y Messenger].


Pero la verdadera revolución llegó con los smartphones [esa palabra me gusta más que su homónimo en español] como el Iphone y sus competidores mas importantes. Teléfonos respaldados por un mundo virtual de aplicaciones [apps] que los convierten en verdaderas ventanas a un mundo virtual paralelo al mundo real.


Esta ventana de unión entre el mundo virtual y el mundo físico está rompiendo esquemas, reventando industrias y creando nuevos colosos comerciales, pero además está terminando con nuestra privacidad y nuestra capacidad de darnos tiempo para pensar, de darnos tiempo para nosotros mismos.


Cada año me doy un respiro del trabajo en promedio 3 veces en el año, durante las típicas vacaciones de semana santa, verano e invierno. En algunas ocasiones son sólo unos días y en otras son varias semanas, dependiendo de mi carga laboral, de mi momento económico y de mis ganas de distraerme y alejarme de las presiones, pero casi sin falta procuro escaparme por lo menos en estas 3 ocasiones aunque sea sólo unos días.


Pero conforme avanza la tecnología me doy cuenta que mis escapadas son cada vez menos escapadas de lo que eran antes. Ahora resulta que con WhatsApp, el email, Zoom y sus similares, los portales bancarios para hacer movimientos en línea y las líneas telefónicas internacionales que te permiten hacer y recibir llamadas ahí a donde vayas prácticamente por el mismo costo que estando en el país en donde resides, el trabajo y las responsabilidades me persiguen de tiempo completo ahí a donde vaya.


Para escribir este artículo por ejemplo, tengo que poner mi teléfono en modo avión y desconectar el WiFi cada que me siento a poner algunas líneas [para mí el proceso de escribir un artículo conlleva varias sesiones]. Mute no es suficiente porque lo veo encenderse o parpadear con notificaciones y eso sólo me resta atención o genera ansiedad, así que mejor lo apago. Para leer, meditar o simplemente pensar casi siempre termino por hacer lo mismo porque sino es imposible concentrarse con tantas interrupciones.


La vida me ha hecho selectivo en mis comunicaciones y en mi selección de con quién y en qué pasó el tiempo, precisamente porque cada vez tengo menos tiempo para mí y eso me ha convertido en un preocupado de buscarme tiempo de calidad conmigo mismo.

El tiempo para pensar es un tiempo básico para ser feliz, para entender qué nos preocupa y para poder instrospectar. Y en el mundo del comercio es necesario para diseñar estrategias y tomar decisiones, en lugar de solo ir con el flujo del día a día como si la empresa fuese un barco movido por el viento. Pero veo un común denominador entre las personas que me rodean, empresarios exitosos muchos de ellos, todos pegados al teléfono móvil [igual que yo], esclavizados por ese universo de apps que nos tienen conectados las 24 horas.


Hay algunos contados casos que si se dan el tiempo y que incluso dejan sus teléfonos a un lado para cenar con amigos como yo o para tener una plática entre colegas sin interrupciones. Y son precisamente estos contados casos los que veo más felices, mas plenos.


 

Esta conexión constante está mermando muchas capacidades del ser humano, una de ellas es la de pensar, esa capacidad que tenemos de utilizar la cabeza para entretener un problema y concluir un camino a seguir.

 

También está mermando nuestra capacidad de entretenernos. Como padre de niños generación Z soy testigo de la poca capacidad de entretenerse que tienen los niños de hoy. Las preguntas del tipo ¿Papá y qué hago yo? cuando están en una mesa conmigo son para flipar. Dentro de mí pienso en responder: "qué te parece charlar con tu padre", pero en la realidad termino por dejarles estar en TikTok, Instagram, WhatsApp o el sinfín de videojuegos que hay para teléfonos móviles, que por supuesto como buen padre alcahuete ya les he dado.


Yo me entretengo con un libro, pero la mayoría de las personas lo hacen con las redes sociales. No tengo Facebook ni Instagram, no porque no me atraigan [claro que me atraen], sino porque son dos distractores más de los muchos distractores que ya tengo en mi vida. Y a Twitter [el cual utilizaba con mucha frecuencia hasta antes de la pandemia y que me encanta como medio para estar al día con noticias] le corté las alas. Ahora hay alguien en mi oficina que cambia mi contraseña de acceso a Twitter todos los lunes por la mañana y me la dice los viernes por la tarde, de esta forma no puedo acceder a Twitter entre semana por mucho que me apetezca.


Esa nueva regla cambió por completo mi hábito, porque ahora aunque tengo acceso todo el fin de semana, en realidad lo utilizo muy pero muy poco. Hay fines de semana en los que incluso no lo abro ni una sola vez.


Mis mejores ideas en la vida [que desde luego han sido muy pero muy pocas] han surgido siempre en período de descanso, ya sea paseando al lado del río, descansando tumbado en la playa o corriendo al aire libre por la mañana en un momento de calma, ya sea de vacaciones o en fin de semana. Esto no es fortuito, es obvio que el flujo de problemas y el día a día del trabajo nublan la capacidad de ver la imagen completa, nos obligan a enfocarnos en puntos específicos de la fotografía, pero no nos permiten salirnos de ella para observarla detenidamente y poder mejorarla.


Los avances tecnológicos y nuestros hábitos [cada vez más condicionados por estos avances] amenazan nuestra capacidad de darnos tiempo para idear, para hacer estrategia y para instrospectar. No tengo claro cuál es el camino correcto para lograr un balance adecuado entre ser un ermitaño o Neanderthal tecnológico y un esclavo de Apple, Facebook y compañía, pero lo que si tengo claro es que cada que me doy tiempo para mí mismo soy mas eficiente y mucho mas capaz de concluir inteligentemente qué giros dar en muchas áreas.


Ahora mismo llevo 15 días de descanso mental [por si los más de 100 días de cuarentena no fueron suficientes] y como cada vez que me doy estos descansos, estoy viendo cosas que no están del todo bien o que pueden mejorar, tanto en lo personal, como en lo familiar y empresarial. Mi buen amigo Jack me cuenta que piensa todas las mañanas en la ducha, ojalá yo tuviera también esa capacidad. A mí en la ducha solo se me ocurren ideas que no tienen nada de productivas!


Mientras tanto tendré que seguir dándome mis escapadas [aunque ya no sean tan escapadas como eran antes] y desconectándome conscientemente de esas apps que tanto nos quitan el tiempo y nos distraen de lo verdaderamente importante.


Y tú ¿qué estás haciendo al respecto?


Por leerme, gracias. Hasta la próxima.

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