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¿Cómo entender la desigualdad?

Para iniciar este artículo utilizaré las palabras de Steven Pinker en su libro Enlightenment Now: "El punto de partida para entender la desigualdad en el contexto del progreso humano es reconocer que la desigualdad económica no es un componente fundamental del bienestar. No es como la salud, prosperidad, conocimiento, seguridad, paz u otras áreas del progreso humano. La siguiente broma rusa lo explica perfectamente. Igor y Boris son campesinos pobres que apenas tienen cultivos suficientes para alimentar a sus familias. La única diferencia entre ellos es que Boris además tiene una cabra. Un día un hada se le aparece a Igor y le concede un deseo. Igor dice, deseo que la cabra de Boris muera. El punto es que los dos campesinos se han vuelto más iguales ahora que la cabra de Boris ha muerto, pero ninguno está mejor que antes, más allá de que Igor logró complacer su envidia".


Tal como lo dice el filósofo Harry Frankfurt en su libro On Inequality, la desigualdad no es moralmente objetable; lo que es objetable es la pobreza.


En las palabras del propio Frankfurt: "Desde el punto de vista moral, no es importante que todos tengan lo mismo. Lo que es moralmente importante es que cada quien tenga suficiente".


Mucha gente es como Igor y está más preocupada por su situación en comparación con sus vecinos, familiares y amigos, en lugar de preocuparse por estar bien en el sentido estricto de la palabra. Tal como lo dice Pinker, cuando los ricos se vuelven muy ricos, todos los demás se sienten pobres aun cuando no lo sean, de forma que la desigualdad reduce el bienestar aun cuando todos en lo general se hayan vuelto más ricos que antes. Pero esto es un tema única y exclusivamente de percepción y no de realidad, si todos somos más ricos no debería importarnos que algunos sean mucho más ricos o incluso inmensamente ricos, finalmente todos estamos mejor.


¿Es posible reducir la pobreza y reducir al mismo tiempo la desigualdad? Sí claro, eso lleva logrando el capitalismo por varias décadas ya.


Una economía de mercado (capitalismo) es demostrablemente el mejor sistema para reducir la pobreza en una sociedad. Aun así el capitalismo no es perfecto y no está perfectamente alineado con el bienestar de aquellos que no tienen nada para intercambiar, como los jóvenes, los viejos, los enfermos, los desafortunados y aquellos que no tienen conocimientos o habilidades que sean valiosos para los demás. En otras palabras, el capitalismo es por mucho el mejor sistema para el promedio, pero no para todos. Es por esto que la mayoría de las sociedades capitalistas desarrolladas han generado sistemas de bienestar que se encargan de apoyar a los más desfavorecidos, programas en los que a través de impuestos se financian sistemas de pensiones para los mayores, programas de ayuda para el desempleo, el derecho a la educación gratuita, a un sistema de salud sin costo y a esquemas de ayuda económica que pretenden redistribuir parte de la riqueza entre los más desfavorecidos.


Estos sistemas de bienestar que bien pueden incluirse dentro de una sola categoría llamada gasto social, mejoran el bienestar general en la sociedad y además contienen la envidia y el deseo de algunos sectores de la población de cambiar a un sistema comunista o fascista. Pero la relación entre el gasto social y el bienestar social están directamente relacionados hasta un punto en el que una vez superado no existe ya mejora en el bienestar o incluso puede haber una baja.


Este punto de inflexión que es perfectamente medible en relación a su porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) debería ser uno de los números que mas vigilen los gobiernos, es decir, ¿cuánto dinero gastamos en gasto social y qué porcentaje del PIB representa? Según varios estudios, si el número es menor a 15% gastamos muy poco y si es mayor a 25% gastamos demasiado. USA por ejemplo gasta el 19% de su PIB en programas de asistencia social y eso que a ojos del mundo es uno de los países que menos redistribuye la riqueza, pero su gasto social como porcentaje del PIB es mucho mayor que el de países como China (7%) o Brasil (16%), que a ojos del mundo ayudan más a los pobres, aunque estos números también tienen que ver con que según las economías van pasando de países en desarrollo a países desarrollados, pueden entonces invertir más del PIB en gasto social.


A mi juicio la desigualdad económica no disminuirá y será responsabilidad de los gobernantes en turno el encontrar el justo medio entre gasto social para redistribución de la riqueza y una economía de libre mercado. Cualquier otro método de gobierno sólo generará una sociedad pobre en su totalidad como Cuba o Venezuela.


¿Por qué creo que la desigualdad económica no disminuirá? Porque la historia nos enseña que la revolución industrial generó una prosperidad sin igual para el planeta en general, pero esto al mismo tiempo que aumentó la desigualdad. Es decir, si bien la mayoría (es decir, el promedio) somos más ricos que antes gracias a la revolución industrial, hay algunos muy pero muy ricos y desde luego algunos muy pobres. Y si aprendemos de la historia y tratamos de proyectar la experiencia pasada hacia el futuro, es entonces posible concluir que con la revolución tecnológica que estamos viviendo se generará nuevamente un esquema de desigualdad en el que aquellos que no tengan conocimientos o habilidades que el mercado demande, se verán afectados con la perdida de su trabajo o incluso desplazados por máquinas que harán mejor y más rápido esas labores de las que hasta ahora tanta gente depende para vivir.


Los ejemplos que vienen a la mente son muchos y muy variados. Los taxistas y choferes no serán necesarios en un futuro cercano en el que los medios de transporte sean operados por sistemas inteligentes sin personas. Las cajeras y dependientes de mostrador de un sinfín de negocios no serán necesarios o por lo menos se verán muy disminuidos en número una vez que esas transacciones puedan validarse automáticamente sin necesidad de la presencia o intervención de un ser humano. Una infinidad de industrias y fabricas que tienen procesos manuales seguramente irán sustituyendo a los seres humanos por máquinas y sistemas mas rápidos y eficientes. Los almacenes de mercancías cada vez utilizan menos seres humanos para mover y procesar paquetes y esto no hará más que seguir avanzando. Los maestros de escuela serán menos necesarios conforme la educación se vuelve menos presencial y depende más de videos y sistemas telemáticos. Las compañías de guarda de valores perderán una gran parte de su negocio conforme el efectivo de paso a los medios de pago electrónicos. Entre muchos otros ejemplos de industrias y procesos que seguramente requerirán menos intervención humana conforme la tecnología avance.


En resumen, la desigualdad económica no está mal, ni moralmente ni de ninguna otra forma. Todo está en constante movimiento y la desigualdad es el lógico resultado de un mundo en el que todos competimos con todos para encontrar nuestro nicho. Lo que está mal es la pobreza y la falta de ayuda a aquellos que por sistema están desfavorecidos, como lo son las personas con capacidades diferentes y los viejos, entre muchos otros. Es responsabilidad de todos nosotros escoger a los gobernantes más capaces y con mejor visión de futuro. Y es responsabilidad de nuestros gobernantes nivelar el terreno de juego para que todos puedan tener las mismas oportunidades. ¿Cómo? Educando a la población para poder competir en un mundo global y generando las condiciones de mercado necesarias para que las economías locales florezcan según florece el ingenio humano.

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